-> Capítulo 2
La densa niebla calaba los huesos de los soldados apostados en las murallas del campamento, pero incluso así su postura era firme y disciplinada. Habían sido entrenados para combatir en las situaciones más extremas y su disciplina era digna del más temido y experimentado ejército del mundo conocido.
La noche era oscura y la visibilidad muy reducida, pero no era eso lo que tenía inquieto a los guardias esa noche. Habían corrido rumores del avance de los rebeldes y varias torres del sur habían sido ya tomadas. Aunque estar tras los muros del Castra Caecilia les daba cierta seguridad; dos grandes fosos, el segundo más ancho y profundo que el primero, y un muro de 4 metro de grosor les separaban de cualquier enemigo que pudiera tener la osadía de tratar de asaltarlo. Incluso si se tratara de un enemigo poderoso que pudiera superar las defensas del campamento, debía enfrentarse a dos legiones completas de soldados de la república, armados hasta los dientes y comandados por Quinto Cecilio Metelo Pío.
Quinto, a sus 53 años era considerado uno de los grandes comandantes romanos a favor de Sila. Alto, corpulento y experimentado comandaba duramente los campamentos de Castra Caecilia y Metellinum desde donde frenaba el avance del rebelde Sertorio.
Bien entrada estaba ya la noche cuando el ruido del galopar de un caballo comenzó a escucharse a lo lejos. Provenía del sur, acercándose cada vez más. Los guardias de la Porta Principalis pronto se alertaron y los arqueros en los torreones a los lados de la puerta tensaron los arcos para estar en prevenidos de lo que pudiera acercarse.
-Avisad al Pretor – le susurró el centurión de la guardia a uno de sus legionarios -.
La silueta de un jinete comenzó a resaltar entre la densa niebla que cubría la llanura. Avanzaba veloz por la llanura, como si el mismo demonio le estuviera pisando los talones.
Quinto seguido por sus pretorianos subió a prisa a la muralla.
-¡Deteneos en nombre de Roma! – gritó Quinto -. Identificaos.
El jinete se detuvo en seco justo al pie del primero foso que rodeaba el campamento.
-Mi nombre es Kaeso – respondió el jinete en suspiros -. Hasta hace 3 días era el comandante de la guardia del sur.
-¿Son ciertos los rumores? – preguntó Quinto -.
-7 torres han sido arrasadas, Metellinum abandonado y la legión entera aniquilada – respondió Kaeso -. No han hecho prisioneros.
Quinto agacho la cabeza y suspiró. Estaba desolado y preocupado a la vez por lo que se avecinaba.
-Abrid las puertas – dijo Quinto dándose la vuelta y apresurándose a bajar de la muralla.
Los guardias se apresuraron a abrir las puertas. Ahora si distinguían con claridad a un militar romano sobre un enorme corcel negro. Era bastante mayor. Su cara y sus brazos llenos de cicatrices describían perfectamente a un veterano de guerra, curtido en cientos de batallas, aunque por el estado de sus ropas parecía no más que un anciano abandonado a su suerte.
Kaeso avanzó sin bajar de su caballo a lo largo de la Vía Principais que llevaba directamente hasta los aposentos del Pretor. Junto a él caminaba Quinto, acompañándolo sin mediar palabra. Al llegar al Pretorim se detuvieron. Kaeso desmontó de su caballo y continuó a pie hasta la puerta.
-Aquí no – dijo Quinto -. Hablemos en un lugar más tranquilo.
Entre tiendas se abrieron paso hasta el templo de Zeus. Un edificio estrecho y alargado, especialmente lujoso para un campamento militar. Gruesas columnas de mármol sostenían el pórtico de la entrada y adornaban el interior de la sala. Al fondo, entre dos antorchas que iluminaban todo el espacio, el altar de Zeus. A la derecha, sobre un pilar de mármol, una estatua de bronce de la diosa Minerva.
-Cuando la batalla se acerca acudimos a los dioses – dijo Quinto frente al altar de Zeus -. Buscamos su simpatía y a través de ella su protección. Siempre los llevamos con nosotros aunque ellos no siempre estén de nuestro lado –suspiró e hizo una pausa -. Confío más en mis hombres que en los dioses, siempre están en el campo de batalla, nunca dudan, nunca se rinden.
-Me temo que esta vez necesitaremos algo más que su valentía – interrumpió Kaeso -. Sertorio ha logrado reunir a todas las resistencias de la Hispania Ulterior incluso a los pueblos que no querían entrar en guerra y preferían la alianza con Roma.
¿Son muchos? – pregunto Quinto -.
-Unos cincuenta mil hombres – respondió Kaseo -. A menos de un día de aquí.
-¿Hombres? – preguntó sarcásticamente Quinto-. Cobardes más bien. Especializados en la guerra de guerrillas, en las emboscadas y en luchar más como perros rabiosos que como hombres. Están locos si pretenden enfrentarse contra dos legiones romanas. Once mil soldados guardan los muros de este campamento.
-No debéis subestimarlos – advirtió Kaseo interrumpiendo a Quinto -. Son cincuenta mil hombres que luchan por algo más que riquezas y gloria. Luchan por recuperar sus tierras, por la vida y la seguridad de sus mujeres e hijos.
-¿Justificas su revuelta? – preguntó Quinto cada vez más enfadado - ¿O crees qué las razones que les llevan a la batalla son más acertadas que las nuestras? – hizo una pausa y se giro de nuevo hacia el altar dando la espalda a Kaeso -. Que vengan. Así acabaremos de una vez por todas con esta dichosa revuelta.
-Estás loco Quinto – preguntó Kaeso - ¿Acaso tienes algún plan?
-Por ahora, contentar a los dioses – dijo Quinto mientras se giraba; desenvainó su espada y atravesó a Kaeso por el estómago. Se acercó y le susurró al oído – la muerte de un cobarde sin duda les complacerá.
Kaeso cayó de rodillas al suelo mientras apretaba fuertemente su estómago sangrante. Quinto envainó su espada y salió del templo dejando atrás el cuerpo sin vida de Kaeso.
A la salida del templo esperaba el centurión de la guardia. Quinto bajó a prisa las escaleras del templo, pasó frente a él y siguió adelante. Este le siguió rápidamente.
-Despierta a todos – ordenó Quinto – Quiero el ejercito listo cuando salga el sol.
-Si mi señor – respondió el centurión mientras corría a prisa a cumplir sus órdenes-.
-¡Licinio! – gritó Quinto dirigiéndose a otro de sus centuriones – Coge a 10 de tus mejores hombres y dirigíos a las torres junto a Castra Servilia, ponedlos alerta, quiero estar informado de cualquier movimiento de esos malnacidos.
